domingo, 13 de octubre de 2013

VIVIR DEJANDO VIVIR O LA GUERRA DE LOS PREJUICIOS


 
Lunes por la tarde. Finales de septiembre. Abro el Facebook y el siguiente comentario ocupa toda la pantalla de mi teléfono móvil: “La sociedad va cambiando, afortunadamente. En estos momentos los embajadores de EEUU y Francia en España son gays con pareja de hecho y, en el caso del francés, con hijo adoptado… ¿A que no se ha caído el mundo? Pues eso.” Lo ha escrito Mª José Garcerán, veterana periodista de Santiago de la Ribera, y para encabezar este artículo su reflexión me llega como el maná en el desierto… porque (¡qué diablos!) tiene toda la razón: ¿qué carajo nos importará la vida privada de alguien si realiza bien su trabajo?

‘Vivir dejando vivir’ o ‘la guerra de los prejuicios’… para ser sincera, todavía no sé muy bien cuál sería el título más adecuado. Menos mal que esta sociedad, la que avanza con la recelosa mirada puesta en ese futuro incierto al que nos están arrastrando políticos y demás entes de este sistema en quiebra que tenemos, está curada de espanto y cada día somos un poquito más tolerantes. Más tolerantes, digo, porque es sabido que la humildad está más cerca de la pobreza y, como cada vez somos más pobres, pues andamos con la mente más abierta y, por consecuencia, nos puede menos el orgullo. Yo qué sé. Lo que sí es cierto es que hemos crecido con el mal hábito de enjuiciar todas aquellas cosas que no compartimos mientras exigimos respeto hacia nuestras ideas y hacia nosotros mismos. ¿Cómo no? Pero, al fin, haber abierto los ojos nos ha hecho un poquito mejores personas y bastante menos ignorantes. Eso sí.

El colectivo de gays y lesbianas ha sido uno de los más humillados desde la historia del mundo. Perseguido, vilipendiado y oprimido por una sociedad excesivamente censuradora, difamadora y de mente obtusa, carente de la capacidad de reflexión necesaria como para contemplar la posibilidad de una atracción sincera y honesta entre individuos del mismo sexo. Y cómo no, ríos de tinta en contra. Por cuestiones morales, religiosas o personales, lo mismo da… La misma sociedad que, afortunadamente, hoy camina aprendiendo a escuchar sin juzgar, hablar sin ofender y observar sin despreciar. Ya era hora.

A la sazón, como los representantes religiosos tampoco nos sirven de mucha ayuda en estos tiempos de cambio, aprovecho para mostrar mi desacuerdo hacia la postura de la Iglesia al respecto. Ya está bien con aquello del vicio y del pecado. A mi parecer, la humanidad es una, grande e indivisible, ya que pertenecemos a una misma especie y nos une un origen común. Y digo que todos somos uno porque, a pesar de nuestros diferentes puntos de vista, creencias o condición sexual, estoy segura que quien hizo este lugar ama profundamente la variedad, ya que de otra forma no se explicaría qué hacemos tantos, tan distintos, revueltos en todo este tinglado al que llamamos mundo. Espero que dentro de muchos años sigamos siendo el único animal racional que pueble la tierra, porque será señal de que no nos habremos extinguido como especie, quién sabe, comiéndonos unos a otros.

‘Contra natura’ van muchas cosas que no son propias de gays o lesbianas. A diario, en este mundo, miles de asesinatos, violaciones y abusos de todo tipo son perpetrados por parte de esa “sana sociedad” que, tal vez, presume de una heterosexualidad en toda regla. Como debe ser. Pero dicho esto, que cada cual, antes de juzgar, mire ‘hacia dentro’ y observe y juzgue su propio mundo interior, y que en un arrebato de honestidad sepa ver tanto sus virtudes como imperfecciones. La tendencia a encasillarlo todo o colgar etiquetas nos hace, si cabe, menos humanos, nos divide más y contradice nuestra percepción de virtud, justicia e integridad. Pero, como según se dice, en la mayoría de los casos no vemos las cosas como son, sino como somos…

Y, como os decía, ya que por fortuna cada vez es mayor la libertad de expresión y el respeto hacia la comunidad liberada, nunca comprenderé las posturas medievales de hoy hacia la homosexualidad. Sólo hay una forma de sobrevivir en este mundo, y no es otra que caminar unidos desde el respeto y la tolerancia entre razas, creencias o condición sexual. Las limitaciones mentales son las fronteras que más separan al ser humano de sí mismo. Da igual el color o la forma si reina la paz y la armonía entre los pueblos. Y que las creencias o ideas, cualesquiera que sean, consigan unirnos en vez de dividirnos más.