viernes, 26 de febrero de 2010

VÍCTIMAS EN LA EDAD DE LA INOCENCIA


Una infancia feliz no tiene precio, principalmente porque marca de por vida a una persona. Todos los niños deberían vivir la infancia que se merecen, vivirla plenamente, sin demasiado lujo ni excesiva pobreza, sin que los trabajos, ni los placeres, ni los vicios del adulto contaminen los primeros años de sus vidas. Pero no olvidemos que para que este ideal sea una realidad deben estar en manos de personas sanas y responsables en todos los sentidos.
Desviaciones sexuales las hay de muchas clases, por eso, yendo al tema que me ocupa, quisiera hacer distinciones entre pederastia y pedofilia. La pederastia es el abuso deshonesto cometido por un adulto hacia los niños, y la pedofilia es un trastorno sexual del que se siente atraído físicamente hacia los niños de igual o distinto sexo. Es importante conocer los términos porque no es lo mismo “sentir” que “actuar”, aunque no podemos pasar por alto que todo el que “actúa” lo hace porque primero “ha sentido”, y, en este caso, ha dado ese infame paso que separa el pensamiento de la acción.
Me veo en la obligación de hacer alusión a Internet y sus peligros, puesto que gracias al fácil acceso existente a perfiles y otras redes sociales, ha pasado a convertirse en el caldo de cultivo de pederastas y pedófilos; donde éstos, como los enfermos que son, se pueden hacer pasar por menores, seducir al verdadero menor, pudiéndolo incitar a prácticas deshonestas e impropias de su edad con total impunidad. Y esto en nuestro país, sin ánimo de alarmar, es más habitual de lo que pensamos. Es un medio donde el anonimato quita la vergüenza y aumenta el descaro. Más fácil imposible.
Siempre que abro un periódico encuentro alguna noticia sobre abusos de menores, aunque lo más impactante es lo que vi el pasado 23 de febrero en ABC, la antítesis de la cuestión: una carta redactada por un menor coherente y responsable advirtiendo y pidiendo medidas contra los peligros de Internet. La misiva decía así: “Soy un chico de trece años. Como la mayoría de los chicos de mi edad disponemos de un ordenador con acceso a redes sociales. Me quería quejar de los peligros que tienen estas redes y que, aunque nuestros padres nos controlan, nunca se está seguro de las personas que se introducen en estos círculos. Así que pido al Gobierno que nos ayuden para poder seguir utilizando internet con comodidad. Fdo: Guillermo Rodríguez”. ¿Se puede hablar más claro?
A los niños debemos protegerlos de los corruptores de menores que campan a sus anchas por la Red de redes y por otros muchos ambientes. Porque es una realidad: hay a quien la figura de un niño le inspira sentimientos de protección y hay a quien le ocurre todo lo contrario. Si no, no se explica por qué miles de niños son explotados a diario, soportando con la candidez de sus años vejaciones y abusos por parte de esos adultos en cuyas manos han caído; manos que podrían servirles de apoyo, de protección y de un modelo de conducta adecuado, y que, sin embargo, movidos por una baja moral no dudan ni un segundo en destrozar y traumatizar la infancia de criaturas fácilmente manipulables sólo por el propio egoísmo y por esa búsqueda del placer más allá de toda ética.
Vergüenza y remordimientos, inocencia perdida, infancias robadas… Horroriza pensar que el supuesto acosador pueda camuflarse tras el rostro amable de cualquier desconocido que pasea distraídamente por los parques o por las proximidades de los colegios, pero no nos olvidemos que en un alto porcentaje resulta ser una persona del círculo más cercano a la víctima. Padres, familiares, amigos… el perfil del acosador, cuyo número parece ir en aumento a medida que crecemos en desarrollo y tecnología, puede tener muchas caras. Es más, sin ir más lejos, se calcula que cerca de 30.000 españoles viajan cada año al extranjero en busca de sexo con menores. Y yo les confieso que, al conocer este dato, me dije firmemente para mis adentros: “paren el mundo que me bajo”.
Hace poco tuve ocasión de leer una publicación sobre el tráfico de niños en Haití. Demoledor. El destino de la mayoría de esos infantes robados es la esclavitud: laboral, sexual o ambas a la vez. Al igual que ocurre en todos los países pobres donde impera la miseria y el descontrol. Y siempre sucederá así porque algunos pervertidos (por llamarlos de alguna manera), simplemente, no tienen ni razón de ser.
Mientras no existan procesos de prevención, tanto a nivel familiar como policial, y nos unamos entre todos para denunciar y frenar estas prácticas, todo seguirá igual. Por lo que insisto: siempre, la prevención, es la mejor de las opciones.

jueves, 11 de febrero de 2010

SER O NO SER...

Todos conocemos personas con tendencia a sobrevalorarse, quienes hablan con frecuencia de sí mismas como si fueran el centro del mundo, o quienes crean un “otro yo ideal” a través del cual se identifican con mayor exactitud y del que hablan como si realmente se tratara de otra persona. Como ellas mismas se ponen el listón alto necesitan vivir de las apariencias para mantener la imagen y el status idealizados. Por eso hay quienes suelen hablar de sí mismos como si lo hicieran “desde fuera” (por ejemplo: en un texto cualquiera escribirían: “Rosa os recuerda a menudo, no lo olvidéis”, en vez de decir sin más: “Os recuerdo a menudo, no lo olvidéis”, etc.)
Todas estas formas de actuar y relacionarse no es más que un ego sobredimensionado. Todo lo que es protagonismo es ego. Y un detalle importante, al ego le encanta el rol de víctima: quejarse y que el mundo entero se vuelque con él, hablar y sentirse el centro del universo, hacer una pequeña acción y vivirla, y que se la celebren, como una auténtica proeza.
Lo contrario al ego es la humildad. Y las personas humildes, lo confieso, son mi debilidad. Me encanta relacionarme con personas sencillas que no luchan por destacar en nada, personas no competitivas que no pretenden sobresalir por encima de otros, aquellos quienes se muestran tal cual son sin reparar en las apariencias, quienes no se esfuerzan por agradar ante nadie porque, simplemente, “son”.
Amig@s, quien sabe, calla y reconoce que todavía existen muchas cosas que no sabe y que le queda mucho por aprender. Y la persona altruista de verdad se esfuerza porque sean otros quienes sobresalgan, no ella misma. Estas son claves para ser, a grandes rasgos, una gran alma.